lunes, 23 de febrero de 2015

Nisman ha muerto, pero Cabezas vive

Muchos han querido comparar el caso Nisman con el de Cabezas. De hecho, es lo más parecido que hay. No por el tinte mafioso de quienes pudieron perpetrar el crimen, si es que lo fue en el caso de Nisman, sino que tanto en el caso Cabezas como en el de Nisman, al periodismo no le interesa quienes fueron los responsables. Es un deseo que se evidencia en frases como "quizá nunca sabremos," "quizá este caso nunca se resuelva," "con esta justicia..." El eje está puesto en tirar nombres y ensuciar todo lo que se pueda. Las pruebas son un mero invento de la justicia, no se necesitan en la farándula periodística. No interesan los responsables reales del crimen, sino los crucificados mediáticos que se construyen desde el relato de los medios.
Es en este punto donde siempre me detengo a reflexionar, ¿supimos si Yabrán fue el que ordenó la muerte de Cabezas? No. Hasta donde sé no hay un fallo judicial que así lo diga. Sólo hay certidumbre de gente que tiene información "confiable." Si fulano dice que fue, fulano sabe más que nosotros. El caso dejó de interesarnos desde el momento en que Yabrán se convirtió en occiso.
Y vaya coincidencia, parece ser que el suicidio es la única salida de la presión mediática en este país. Desde los medios te arruinan la vida pública, te condenan desde los estrados de los noticieros sin pruebas; sólo basta una presunción y la capacidad de direccionar la opinión pública en la dirección del "demonio correcto." En el caso particular de Nisman, la presión pudo venir de la situación de verse atrapado entre la excitación de los medios ante una denuncia que no prometía cumplir las expectativas, y la capacidad de resiliencia de un gobierno que no parece moverse un centímetro, convocándolo a una audiencia pública para el escrutinio de todos los ciudadanos. Estar en el medio de estos colosos puede aplastar tu existencia. Pero ésto es sólo una teoría, nada está probado.
En el caso Cabezas, un empresario cercano al menemismo fue aplastado antes de una condena. La intención última de esa movida mediática era horadar el poder político del entonces presidente. ¿A alguien le interesó averiguar si la personalidad de aquel empresario tenía tendencia al suicidio? No, el fiambre redimió todas las culpas. Fin del caso. Los medios dejaron bien en claro quién mandaba.
En esta nueva coyuntura política-mediática, si analizamos la cadena de sucesos previa al deceso -hasta que sepamos cual de los "-cidio" sea- de Nisman, notaremos que ya no servía atacar allegados al poder ejecutivo, eso no funcionaba para debilitar la cabeza del gobierno, sino que dirigieron sus cañones directamente hacia la presidente. El caldo de cultivo ya venía siendo fermentado desde hacía rato. Ya no se necesitaban intermediarios, aunque agregaron a personas como D'Elía -que no es funcionario-, Larroque, y Timerman. Esta vez no bastaba sólo con dinamitar su entorno, como lo fue en su momento un segundo como Boudou, ni a un empresario como Baez. Todos ellos constituyen el andamiaje para un último golpe. El gobierno fue el responsable, Cristina lo mató. Entonces, ahora, basados en estas construcciones mediáticas, tenemos al vicepresidente, y a Baez, y a D'Elía, y a Larroque, y a Timerman; todos como antecedentes de un gobierno corrupto y perverso. Todo sobre la base inconstitucional de la "presusnción de culpabilidad." ¿No es llamativo la reactivación de una causa como la de Boudou en plena investigación sobre la muerte de Nisman? Causas como la de Boudou y Baez ya tienen veredicto, que no salieron desde las cortes, sino desde los estudios de televisión. Así, la condena mediática a la actual presidente se construye sobre casos de corrupción en su gobierno "probados", no en la justicia, sino en las cortes de la pantalla chica, la televisión.
He aquí el parecido entre el caso Cabezas y el caso Nisman. Los culpables no se encuentran en base a pruebas judiciales, sino en base a la elucubración constante de "respetables" periodistas: presunciones, testigos claves que caen en paracaidas, hipótesis elaboradas por barrenderos -sin desmerecer su oficio-. Y funciona. No importa si Nisman se suicidó o si lo mató el arma que se encuentra registrada a nombre de Lagomarsino, que dicho sea de paso, no declaró -sí, entiéndase bien, el dueño del arma con el cual se efectuó el disparo en la cabeza de Nisman, no declaró-. Nada de lo que digan las pruebas judiciales importan. Importa el "sentir" de la gente.
La razón y el método científico no importan. Todo eso que constituye el debido proceso es secundario. Lo importante es lo que se "sospecha," confirmado mediante encuestas de lo que "cree" la gente. En este sentido, la gente jamás se equivoca. Sólo se equivoca si vota a un representante que defiende los derechos de los trabajadores. Ahí sí el "populismo se equivoca." El populismo mediático siempre tiene razón en tanto y en cuanto "crea" en tesis infundadas, sin pruebas, sin juicios; siempre que sea capaz de rumear "supuestos" a la hora del almuerzo o la cena. Si el pueblo cree que el culpable es un señor X propuesto desde el poder mediático, entonces el pueblo es sagrado. Su silencio, sólo interrumpido para repetir como robot las fantásticas tramas mediáticas, es incontestable. Un pueblo mudo e indignado. La panacea del lado Magnetto de la vida para todos los males del país.
Pues verán que poco importan las mafias en Argentina, ellas nunca van al banquillo de la justicia. Los culpables se señalan desde las cámaras de TV, no desde las judiciales, los fallos son dictados por los medios, no por los jueces. Este es el oprobio del poder judicial en la actualidad -ya que estamos, ¿alguien sabe de la vida de Lorenzetti?-. Los medios le disputan a la justicia su capacidad para dar veredictos. La justicia tarda mucho, y sus veredictos no le gustan a "la gente." Los medios son más expeditos y se ajustan a las necesidades del "ciudadano de a pie." Los medios entienden a "la gente" mejor que la justicia. La gente quiere pena de muerte, quiere lichamientos en plaza pública, quiere un funcionario siendo azotado semana de por medio y que el espectáculo sea público. La gente quiere volver a la edad media, y los medios les van a conceder el deseo.
Tal es el poder de los medios. Poder que día y noche se niega desde las mismas cámaras. Niegan difamar, niegan condenar, niegan insultar; y al mismo tiempo que niegan, hacen un espacio para hacerlo. Todo ésto mientras asentimos a las propias contradicciones que nos proponen.
Confunden, dicen, desdicen; así es como cortan el hilo de análisis de la realidad, imponiéndonos un sentido común distorsionado, olvidadizo, deshistorizado. Si no habla es porque esconde algo. Si habla después es porque quiere tapar algo, algo que fue la razón por la que no habló en primera instancia. Este cuasi silogismo corrompido es el laberinto del que no podemos salir. Una lógica que degeneró en la inconsistencia como soporte de la razón, y tomada como una matriz para hallar verdad. Asistimos a la reedición de las Brujas de Salem.

La guerra todavía es cultural y es por la apropiación de la realidad. Esta guerra no quiere decir dejar de ver películas extranjeras como Rápido y Furioso, que es una burrada en sí misma, o dejar de leer libros de la vieja Europa o cerrar las puertas a la cultura extranjera para empaparnos sólo de la cultura latinoamericana. No. La guerra cultural que tenemos que librar está en revisar nuestra propia lógica discursiva diaria. La lógica de no hablar, de no problematizar, de no ser críticos, de no argumentar, del silencio. Esa guerra cultural no se gana cerrando las puertas a la cultura foránea. No. Esa guerra se gana revisando nuestros propios discursos conformistas. Señalando la ceguera cuando por un paquete de yerba, el anciano de la casa deja de ver la recuperación de los salarios de los jubilados en la última década. El enemigo en esta lucha está adentro. Está en discusiones en apariencia nimias, como el precio de un churrasco del cual después comemos la mitad y se lo tiramos al perro. Ahí está la guerra cultural. En ese lechoncito de clase media que corre el riesgo de morirse de un infarto sentado frente al televisor mamando odio sin cortes y que cuando hay que llevarlo al hospital tenemos que oir a la mami y a la enfermera culpando a la yegua de la Kretina porque al gordo casi se le para el bobo.  Ahí hay que presentar la espada y mostrar su filo, no en la calle.
Esta guerra se gana argumentando. Las pruebas son los hechos, y sirven en tanto y en cuanto se argumente bien. Ese ha sido el fuerte de éste gobierno. Así que a argumentar. Si no argumentan, puede que en algún momento encuentren un Yabrán que pague por todos, incluso por los verdaderos responsables, aun cuando el crimen haya sido devolverle la dignidad a los excluidos y a la función pública que está ahí para cambiar su realidad.

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