Muchos han querido comparar el caso Nisman con el de Cabezas. De
hecho, es lo más parecido que hay. No por el tinte mafioso de quienes
pudieron perpetrar el crimen, si es que lo fue en el caso de Nisman,
sino que tanto en el caso Cabezas como en el de Nisman, al periodismo no
le interesa quienes fueron los responsables. Es un deseo que se
evidencia en frases como "quizá nunca sabremos," "quizá este caso nunca
se resuelva," "con esta justicia..." El eje está puesto en tirar nombres
y ensuciar todo lo que se pueda. Las pruebas son un mero invento de la
justicia, no se necesitan en la farándula periodística. No interesan los
responsables reales del crimen, sino los crucificados mediáticos que se
construyen desde el relato de los medios.
Es en este punto donde
siempre me detengo a reflexionar, ¿supimos si Yabrán fue el que ordenó
la muerte de Cabezas? No. Hasta donde sé no hay un fallo judicial que
así lo diga. Sólo hay certidumbre de gente que tiene información
"confiable." Si fulano dice que fue, fulano sabe más que nosotros. El
caso dejó de interesarnos desde el momento en que Yabrán se convirtió en
occiso.
Y vaya coincidencia, parece ser que el suicidio es la
única salida de la presión mediática en este país. Desde los medios te
arruinan la vida pública, te condenan desde los estrados de los
noticieros sin pruebas; sólo basta una presunción y la capacidad de
direccionar la opinión pública en la dirección del "demonio correcto."
En el caso particular de Nisman, la presión pudo venir de la situación
de verse atrapado entre la excitación de los medios ante una denuncia
que no prometía cumplir las expectativas, y la capacidad de resiliencia
de un gobierno que no parece moverse un centímetro, convocándolo a una
audiencia pública para el escrutinio de todos los ciudadanos. Estar en
el medio de estos colosos puede aplastar tu existencia. Pero ésto es
sólo una teoría, nada está probado.
En el caso Cabezas, un
empresario cercano al menemismo fue aplastado antes de una condena. La
intención última de esa movida mediática era horadar el poder político
del entonces presidente. ¿A alguien le interesó averiguar si la
personalidad de aquel empresario tenía tendencia al suicidio? No, el
fiambre redimió todas las culpas. Fin del caso. Los medios dejaron bien
en claro quién mandaba.
En esta nueva coyuntura
política-mediática, si analizamos la cadena de sucesos previa al deceso
-hasta que sepamos cual de los "-cidio" sea- de Nisman, notaremos que ya
no servía atacar allegados al poder ejecutivo, eso no funcionaba para
debilitar la cabeza del gobierno, sino que dirigieron sus cañones
directamente hacia la presidente. El caldo de cultivo ya venía siendo
fermentado desde hacía rato. Ya no se necesitaban intermediarios, aunque
agregaron a personas como D'Elía -que no es funcionario-, Larroque, y
Timerman. Esta vez no bastaba sólo con dinamitar su entorno, como lo fue
en su momento un segundo como Boudou, ni a un empresario como Baez.
Todos ellos constituyen el andamiaje para un último golpe. El gobierno
fue el responsable, Cristina lo mató. Entonces, ahora, basados en estas
construcciones mediáticas, tenemos al vicepresidente, y a Baez, y a
D'Elía, y a Larroque, y a Timerman; todos como antecedentes de un
gobierno corrupto y perverso. Todo sobre la base inconstitucional de la
"presusnción de culpabilidad." ¿No es llamativo la reactivación de una
causa como la de Boudou en plena investigación sobre la muerte de
Nisman? Causas como la de Boudou y Baez ya tienen veredicto, que no
salieron desde las cortes, sino desde los estudios de televisión. Así,
la condena mediática a la actual presidente se construye sobre casos de
corrupción en su gobierno "probados", no en la justicia, sino en las
cortes de la pantalla chica, la televisión.
He aquí el parecido
entre el caso Cabezas y el caso Nisman. Los culpables no se encuentran
en base a pruebas judiciales, sino en base a la elucubración constante
de "respetables" periodistas: presunciones, testigos claves que caen en
paracaidas, hipótesis elaboradas por barrenderos -sin desmerecer su
oficio-. Y funciona. No importa si Nisman se suicidó o si lo mató el
arma que se encuentra registrada a nombre de Lagomarsino, que dicho sea
de paso, no declaró -sí, entiéndase bien, el dueño del arma con el cual
se efectuó el disparo en la cabeza de Nisman, no declaró-. Nada de lo
que digan las pruebas judiciales importan. Importa el "sentir" de la
gente.
La razón y el método científico no importan. Todo eso que
constituye el debido proceso es secundario. Lo importante es lo que se
"sospecha," confirmado mediante encuestas de lo que "cree" la gente. En
este sentido, la gente jamás se equivoca. Sólo se equivoca si vota a un
representante que defiende los derechos de los trabajadores. Ahí sí el
"populismo se equivoca." El populismo mediático siempre tiene razón en
tanto y en cuanto "crea" en tesis infundadas, sin pruebas, sin juicios;
siempre que sea capaz de rumear "supuestos" a la hora del almuerzo o la
cena. Si el pueblo cree que el culpable es un señor X propuesto desde el
poder mediático, entonces el pueblo es sagrado. Su silencio, sólo
interrumpido para repetir como robot las fantásticas tramas mediáticas,
es incontestable. Un pueblo mudo e indignado. La panacea del lado
Magnetto de la vida para todos los males del país.
Pues verán que
poco importan las mafias en Argentina, ellas nunca van al banquillo de
la justicia. Los culpables se señalan desde las cámaras de TV, no desde
las judiciales, los fallos son dictados por los medios, no por los
jueces. Este es el oprobio del poder judicial en la actualidad -ya que
estamos, ¿alguien sabe de la vida de Lorenzetti?-. Los medios le
disputan a la justicia su capacidad para dar veredictos. La justicia
tarda mucho, y sus veredictos no le gustan a "la gente." Los medios son
más expeditos y se ajustan a las necesidades del "ciudadano de a pie."
Los medios entienden a "la gente" mejor que la justicia. La gente quiere
pena de muerte, quiere lichamientos en plaza pública, quiere un
funcionario siendo azotado semana de por medio y que el espectáculo sea
público. La gente quiere volver a la edad media, y los medios les van a
conceder el deseo.
Tal es el poder de los medios. Poder que día y
noche se niega desde las mismas cámaras. Niegan difamar, niegan
condenar, niegan insultar; y al mismo tiempo que niegan, hacen un
espacio para hacerlo. Todo ésto mientras asentimos a las propias
contradicciones que nos proponen.
Confunden, dicen, desdicen; así
es como cortan el hilo de análisis de la realidad, imponiéndonos un
sentido común distorsionado, olvidadizo, deshistorizado. Si no habla es
porque esconde algo. Si habla después es porque quiere tapar algo, algo
que fue la razón por la que no habló en primera instancia. Este cuasi
silogismo corrompido es el laberinto del que no podemos salir. Una
lógica que degeneró en la inconsistencia como soporte de la razón, y
tomada como una matriz para hallar verdad. Asistimos a la reedición de
las Brujas de Salem.
La guerra todavía es cultural y es
por la apropiación de la realidad. Esta guerra no quiere decir dejar de
ver películas extranjeras como Rápido y Furioso, que es una burrada en
sí misma, o dejar de leer libros de la vieja Europa o cerrar las puertas
a la cultura extranjera para empaparnos sólo de la cultura
latinoamericana. No. La guerra cultural que tenemos que librar está en
revisar nuestra propia lógica discursiva diaria. La lógica de no hablar,
de no problematizar, de no ser críticos, de no argumentar, del
silencio. Esa guerra cultural no se gana cerrando las puertas a la
cultura foránea. No. Esa guerra se gana revisando nuestros propios
discursos conformistas. Señalando la ceguera cuando por un paquete de
yerba, el anciano de la casa deja de ver la recuperación de los salarios
de los jubilados en la última década. El enemigo en esta lucha está
adentro. Está en discusiones en apariencia nimias, como el precio de un
churrasco del cual después comemos la mitad y se lo tiramos al perro.
Ahí está la guerra cultural. En ese lechoncito de clase media que corre
el riesgo de morirse de un infarto sentado frente al televisor mamando
odio sin cortes y que cuando hay que llevarlo al hospital tenemos que
oir a la mami y a la enfermera culpando a la yegua de la Kretina porque
al gordo casi se le para el bobo. Ahí hay que presentar la espada y
mostrar su filo, no en la calle.
Esta guerra se gana argumentando.
Las pruebas son los hechos, y sirven en tanto y en cuanto se argumente
bien. Ese ha sido el fuerte de éste gobierno. Así que a argumentar. Si
no argumentan, puede que en algún momento encuentren un Yabrán que pague
por todos, incluso por los verdaderos responsables, aun cuando el
crimen haya sido devolverle la dignidad a los excluidos y a la función
pública que está ahí para cambiar su realidad.