Otra vez. La relevancia de la frase suele asociarse con un hecho desgraciado que vuelve a ocurrir y no comprendemos bien a qué se debe. "Otra vez fundiste el auto por no medir el aceite." "Otra vez te estafaron con la cuenta en el super." Es una repetición de un evento rayano con la estupidez. No entra en nuestra cabeza que estas estupideces pasen dos veces en la vida. Pero la realidad dice que pasan. Las estupideces están a la orden del día. ¡Cómo no van a pasar en una sociedad estupidizada por la televisión del entretenimiento! Donde la información ha pasado a un segundo plano. Uno, a esta altura, debe ser conciente que 6 de cada 10 personas con las que se convive son idiotas. o tienen un grado de estupidización importante. No distingue pertenencia social. Pueden ser trabajadores, docentes, comerciantes, pescadores. La mediocridad no distingue raza, religión, ni sexo. La estupidez es una condición que no discrimina, incluye a todo aquel que tenga la simple voluntad de embrutecerse a conciencia. Es un ejercicio deliberado. Se esfuerzan en la empresa de ser bestialmente ignorantes. Se perfecionan diariamente en el oprobioso rechazo hacia todo esfuerzo mental que les haga preguntarse: "¿Cómo puedo ser tan bruto?" Es la pregunta elemental que no nos permite mirar al costado y responderla. Es una pregunta que apela a nuestro interior.
Pensarnos como ignorantes es la única explicación para el estado actual de las cosas. Un país que se ve envuelto por segunda vez en 30 años en un plan económico neoliberal. Nos han metido el perro otra vez. Y de la misma forma, nos dijeron que no hiban a implementar políticas que justamente están implementando. ¿Y la excusa? Otra vez la misma. La necesidad de hacerlo debido a lo que nos dejó el antiguo gobierno. Que NO HAY OTRO CAMINO. Que es duro pero tenemos que hacerlo. Otra vez lo mismo, señores.
Dar un paseo por la ciudad y ver este espectáculo de la clase media es un divertimento que requiere cierto poder de observación. En la base del estúpido medio se encuentra el mencho común y corriente. De fumar un cigarrillo de mediana calidad pasó a fumar cigarrillos armados (olvidate de las campañas anti-tabaco, estos son otros niveles de realidad). Entre los que presencian el espectáculo nunca falta un idiota recibido, que votó el cambio, que comenta: "son más baratos y muchísimo más saludables." Una burrada de proporciones cósmicas. Nada en el tabaco es más saludable. Este individuo, abanderado del cambio, en menos de dos años, pasó de comprar asado a pregonar cuáles son los lugares más baratos para comprar pollo. Todo un ejemplar de la especie.
Un poco más arriba en la escalera social, está el asalariado medio. Un espécimen con sus particularidades, aunque muy común. Este tipo de individuo, perfectamente identificado con la apoliticidad (aunque le cuesta entender bien el término) sufre, por lo general, de una consistente estupidez crónica que se manifiesta en conductas cíclicas insoportables. Deja el auto en marcha y habla de ecología. Deja el aire acondicionado prendido todo el día y participa en encendidos debates por el derroche de energía. Hace de amante incansable de las chicas del barrio menos afortunadas que su esposa y despotrica contra el aborto. Se jacta de que los argentinos somos grandes productores pero compra todo importado. En fin, una pieza de colección para el Museo del Ridículo.
Este subgrupo genealógico del Reino del Medio Pelo pasó de renovar el auto cada año a despotricar contra el precio de los repuestos. De comprar dos gaseosas en los restaurantes y dejar una media llena, a tomar lo justo y necesario o pedir un envase de plástico para poderse llevar lo que quedó. De llenar el tanque de nafta a instalarle un equipo de gas al auto. De comprarle comida al perro en la veterinaria a cocinarle con sobras de huesos comprados en la carnicería -si no los usa él mismo para hacerse una sopa-. Este sujeto detenta el segundo puesto en nuestro ranking del bárbaro ascendente en la escalera social.
Pero si hay un primer puesto en el estadío barbárico en la genealogía del Medio Pelo, ese es nuestro conocido y respetado "pequeño empresario." Es un sujeto que se había multiplicado hace unos años, y ahora está en franco declive rumbo a conocer su verdadera naturaleza: la brutalidad eximia. Es fácil reconocerlo.
Dice ser su propio jefe. No obedece a nadie ni a nada, mucho menos a la razón o la lógica. Sólo obedece al cambio. Es un ser escindido de la realidad. Su progreso, dice él, se debe a él mismo, nada tiene que ver que la economía ande bien o mal. Este es el engendro que se produjo en los últimos 12 años. Está plenamente convencido que por derecho propio es quien es. En épocas como las actuales se mezcla con el mediopelo de los puestos en brutalidad inferiores por simple necesidad de no quedar en evidencia como artífice del cambio. Se hace eco del malestar del mencho que extraña el churrasco. Se solidariza con la pobre jubilada que no puede pagar el gas. Trata de mimetizarse con el entorno. Pero por dentro, él sabe que es mucho mejor que estos brutos improvisados. Sabe que en brutalidad, nadie le saca el primer puesto. No hizo ninguno de los recortes de estos idiotas que dependen de patrones iguales a él. No. Este espécimen se desvela con lo caro que le sale sostener su nivel de vida. Sus vacaciones en Punta son sacrificadas optando por algún lugar turístico más barato. Lo caro que le resultan sus hobbies. Los impuestos a la propiedad. En realidad es el qué más banca la crisis. Es el que mayor riqueza transfiere a las multinacionales ya que funciona como un eslabón que concentra los ingresos de los trabajadores. De sus bolsillos salen incontables impuestos, que ya fueron directamente a la fuga de capitales en la crisis cambiaria. Alimenta profesionales, contadores, abogados, médicos privados, prepagas, tiene a todos prendidos como garrapatas del lomo. Todos pares, o el cree que son sus pares, aunque ajustan mensualmente las cuotas de sus servicios para ganarle a la inflación. Este es en definitiva el sujeto del que dependen las elecciones. Es un vocero de la estupidez que reune a sus empleados y les habla de quién va a ganar, eso sí, siendo apolítico. Es como el relator de la radio, pero de cuya boca solo emanan sandeces, una boca de expendio de ganzadas que forman la opinión pública, ya que el resto de la mediocridad organizada lo colocan como una voz autorizada y es referente de las aspiraciones del que extraña el churrasco.
Es a éste sujeto al que quiero dirigirme. Lamentablemente no llega a leer el final del texto así que jamás se enterará. No lee, no escribe, solo sabe contar billetes de 100. Si se le mezcla uno de 50 en el medio se pierde.
La crisis actual no es política, todavía. Es económica. Es la segunda vez en 30 años que vamos rumbo a dilapidar el tejido político. Otra vez.
Este, mirando los indicadores duros, es un proceso neoliberal: ajuste en el Estado, despidos, deuda externa y devaluación. Es simplísimo. Te vendieron gato por liebre. El problema es cuando te va a caer la ficha. Porque se está destruyendo la industria y vos seguís babeando con el televisor prendido mirando la propaganda dormido de madrugada.
Pasó otra vez, no te olvides.
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